Saber Escuchar


Recuerdo una ocasión en la que me encontraba en una feria con otros profesionales del sector turístico. Recibí una llamada de unos clientes que estaban teniendo problemas con uno de los servicios contratados y, casualmente, me hallaba en compañía de la proveedora. Inmediatamente le expuse la situación con cierta vehemencia, pues deseaba que se solucionase el tema de forma inmediata. Mientras yo hablaba, ella me miraba atentamente, asentía de forma relajada y esperó prudentemente hasta que pronuncié mi última palabra. Seguidamente, me hizo una oferta que encontré del todo acertada. Más tarde, en el hotel, revisando lo sucedido durante el día, observé que de alguna manera la relación con aquella proveedora se había fortalecido. No era sólo por cómo habíamos cerrado el tema, si no por algo que había un poco más allá del pensamiento consciente pero que resonaba con gran fuerza: me había sentido escuchado, me había transmitido que para ella, yo era importante.

Solemos comunicarnos a un promedio de 125 palabras por minuto, pero estamos diseñados para captar hasta 400, es decir, que una gran parte de nuestra mente se dedica a otros menesteres mientras escuchamos. ¿A qué exactamente? En general, nuestro ruido interno interfiere en la mayoría de nuestros pensamientos. Es decir, que mientras oímos al otro hablar, nos dedicamos a filtrar la información, a etiquetarla y juzgarla. Construimos el guión que mejor se adapte a nuestros criterios y finalmente poco captamos de la intención original de nuestro interlocutor.

Esta pobre comunicación tiene efectos escasamente positivos tanto en entornos laborales como personales. Si transmitimos a nuestro equipo que les juzgamos constantemente, castramos su iniciativa para sugerirnos ideas que tan provechosas pueden ser para la organización.

Si no entiendo al otro ¿cómo voy a saber cómo piensa? ¿cómo llegaremos a un acuerdo provechoso para ambas partes?

Escuchar significa dar alas al talento de los demás, que de este modo se sienten valorados y motivados a seguir contribuyendo. Como resultado la confianza del equipo se fortalece pues sienten que sus opiniones son importantes y que se puede expresar libremente.

Para entender lo que los demás nos dicen en toda su magnitud, debemos vaciarnos de nosotros mismos. Esto significa calmar nuestra mente, acallar todo el ruido interno ocasionado por nuestras preocupaciones diarias, nuestros anhelos y frustraciones, los temas pendientes y las urgencias, dando importancia al ser humano que tenemos delante y que se merece nuestra atención y total dedicación por un tiempo determinado. Es sentir que se está en el ahora, viviendo intensamente el momento.

Cuando prestamos atención plena, nuevos canales de comunicación se abren. No sólo estamos atentos a lo que oímos, si no que percibimos lo que nos dice la actitud corporal de los demás; asimilamos las palabras y los gestos acercándonos también a sus emociones. El flujo de información es entonces bidireccional, pues nosotros también expresamos verdadero interés y mostramos que somos capaces de empatizar con el otro.
Escuchar es cosa de valientes, de aquéllos que no tienen problema alguno en reconocer que no lo saben todo, y que de todos pueden aprender. Su coraje nace de sus ganas de crecer, del profundo deseo de ampliar su campo de visión, y en consecuencia engrandecen sus posibilidades de acción.

Los beneficios son impresionantes: de pronto somos capaces de liberarnos de nosotros mismos, descansamos del peso de nuestras mochilas al mismo tiempo que comenzamos a ver a nuestro interlocutor, a nuestro equipo, pareja o competidor con nuevos ojos, sin velos, filtros ni etiquetas. Nos llega lo que dice y lo que siente, y dejándonos influenciar por la otra persona, empezamos a influir en ella. Es entonces cuando la confianza comienza a fluir, cuando ya no existe el miedo a perdernos en los juicios del otro, cuando no hay nada de lo que defenderse. No hay mejor manera de acercar posiciones que saber que nuestro oponente se está convirtiendo en nuestro aliado.

Para terminar, os propongo que penséis en aquella persona que siempre os escucha atentamente, que cuando le habláis sentís que os dedica todo su tiempo puesto que para ella no hay nada más importante en ese momento que captar cada una de vuestra palabras, cada uno de vuestros mensajes. ¿Quién es? ¿Qué siente por vosotros? ¿Qué sentís vosotros por ella? Muy probablemente sea alguien que os quiere muchísimo, y que os respeta profundamente. Escuchar es un gran acto de amor, libre de juicios y miedo.

La próxima vez que os sentéis con alguien a dialogar, os invito a que reflexionéis desde que sentimiento vais a propiciar la conversación. Si la colaboración, el respeto y el amor (en cualquiera de sus infinitas variantes) no están presentes, os recomiendo que pospongáis para mejor ocasión la reunión.

Quien escucha gana en sabiduría, y hace su mundo mucho más grande. 

Toni Muñoz

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