La Paciencia

‘¡Cuánto ha cambiado el mundo!’ suelen decir nuestros mayores cuando les mostramos los nuevos avances tecnológicos. Y no es para menos. Desde nuestro móvil, por ejemplo, podemos conectar con cualquier persona en cualquier lugar del mundo y mantener una conversación cara a cara; también es posible ver nuestros vídeos favoritos; efectuar transacciones con nuestra entidad financiera o averiguar a qué distancia se encuentra el cine más próximo.

En este mundo cada vez más acelerado, nos hemos acostumbrado a obtener lo que deseamos en tiempo récord. No hay lugar para la paciencia. Es más, la paciencia nos exaspera. Por eso, si ponemos atención, podemos ver a adultos comportándose de manera similar a como lo haría un niño malcriado.

Hace unos días llamé por teléfono al administrador de fincas de mi comunidad. Necesitaba hablar con él por un tema de urgencia media. Comunicaba. Colgué y lo volví a intentar cinco minutos después, y resultó que seguía ocupando. Confieso que me molestó. ¿Por qué no atendía otra persona mi petición? ¿Y porqué no había un buzón de voz donde dejar el mensaje? ¡Vaya pérdida de tiempo! Yo lo quería todo, ¡y lo quería en aquel preciso momento! ¡Yo también tenía cosas que hacer!

Me estaba poniendo de mal humor, y entonces me paré en seco y reflexioné. ¿Qué me molestaba realmente? Si el tema tampoco era tan importante ¿por qué esa urgencia? ¿qué es lo que me impedía tener paciencia? E identifiqué lo siguiente:

  1. Un cierto egocentrismo, algo así como que los demás (en este caso el administrador) debían de estar disponibles para que mis deseos se cumpliesen. Y digo deseos porque definitivamente el tema de la consulta no llegaba al rango de necesidad. En otras palabras, había adoptado el comportamiento de un niño consentido. Tal y como ya me había pasado en mis compras navideñas (comentado en el post del pasado 03 de enero), me volví a colocar en la dependencia, pues quedaba en manos de otros mi estado emocional. Además me estaba centrando en algo que quedaba fuera de mi alcance: por mucho que me empeñase, el administrador no iba a colgar antes.

Visto así, no tuve más remedio que decirme con una sonrisa ‘¡Paciencia!’. Y aprovechando, seguí tirando del hilo, cosa que como ya imaginaréis, me apasiona.

  1. Ciertamente había varios temas en los que no estaba teniendo ninguna paciencia, y como resultado me encontraba insatisfecho. Repasé mentalmente cuáles eran esas áreas y encontré elementos comunes. En todas ellas, una parte se debía a que mi conciencia no dejaba de avisarme (la estuviese escuchando o no) de que no había hecho todo lo que me correspondía para solucionar lo que tocaba y aún así esperaba resultados. Dejaba que mis expectativas se cumpliesen sin haber dado lo mejor de mí, tal vez esperando que el azar o los demás me trajeran lo que yo no había puesto verdadero empeño en conseguir. Así que decidí que era hora de ponerme manos a la obra y no dejar tontamente que la ansiedad se instalase en mi ánimo cuando sólo dependía de mí eliminarla de raíz. Hice un listado de las acciones que me conducirían a mis objetivos y seguí reflexionando.

  1. La otra parte, quizás la más importante, tenía su origen en la sensación de ausencia de control. Si no controlaba lo que estaba por venir, entonces me sentía vulnerable y en consecuencia, tenía miedo. Sabía que temer a lo desconocido, la incertidumbre, es probablemente un sentimiento tan antiguo como la especie humana. Pero eso no me bastaba. Aún podía hacer más por mi bienestar. Como la mayoría, me había enfrentado a muchas cosas a lo largo de mi vida y sabía que las había superado razonablemente bien. ¿Había algún indicio de que eso fuese a cambiar? Me respondí que no, que incluso, debido a mi experiencia y a los conocimientos que adquiría día a día, estaba mejor preparado que nunca. Esa reacción a la falta de control, por lo tanto, estaba injustificada. Recordé los talentos que me habían ayudado en el pasado y también los que había desarrollado en los últimos tiempos, y pensé que utilizándolos había grandes posibilidades de superar los retos que la vida me plantease.

Así pues, había identificado los tres elementos que no me permitían ser paciente y también los métodos para disolverlos. En primer lugar reconociendo mi egocentrismo, que me situaba en la dependencia. El antídoto había sido la consideración hacia los otros y la vuelta a mi independencia. En segundo lugar, admitiendo que no había hecho todo lo que estaba en mi mano para solucionar temas pendientes. Desde aquí, tomé las acciones pertinentes para la consecución de mis objetivos. En tercer lugar, racionalizando que el miedo era infundado puesto que disponía de recursos para hacer frente a lo inesperado y a lo no deseado, llegado el caso.

En este punto, me parecía que era más fácil tener paciencia, que incluso se daba de forma natural. Cuando ya no hay ansiedad, tristeza o ira, es mucho más fácil pensar y también tomar distancia de lo que nos preocupa. La confianza sustituye al miedo y no dependemos de soluciones inmediatas a situaciones dadas.

Además la paciencia es aceptación. Desde nuestra autoestima obtenemos el poder y el valor para aceptar que no podemos ni estamos obligados a tenerlo todo bajo control. A parte de sentirnos más libres, las energías que antes derrochábamos frente a la incertidumbre, las podemos enfocar en aquello que más nos interesa. Se inicia así un proceso positivo de autoafirmación que convenientemente alimentado, nos lleva a ser personas pacientes y reflexivas, dueñas de nuestras emociones y, por lo tanto, alejadas de comportamientos infantiles.

¿Qué sentimientos despiertan en ti cuándo no tienes paciencia?
¿Y cuándo la tienes?
¿De qué naturaleza son tus pensamientos cuando te sientes impaciente?¿Y cuando eres paciente?
¿En qué no estás teniendo paciencia?
¿Qué fortalezas vas a trabajar para conseguir ser paciente?
El ser paciente ¿qué talentos va a fortalecer?
Desde la paciencia ¿cómo vas a tratar esos temas que te preocupan?
¿En qué no eres paciente contigo mismo/a?

Comentarios

  1. Al hablar d ela paciencia, virtud que intento cultivar pues adolezco de ella, siempre me vienen a la mente estos belos versos de Antonio Machado. Es leerlos, y me dan ganas de tener paciencia para todo...:

    "Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
    - así en la costa un barco - sin que al partir te inquiete.
    Todo lo que aguarda sabe que la victoria es suya;
    porque la vida es larga y el arte es un juguete.

    Y si la vida es corta
    y no llega la mar a tu galera,
    aguarda sin partir y siempre espera,
    que el arte es largo y, además, no importa"

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  2. Más trabajo para mi crecimiento personal ;-)
    Como siempre MUY BUENO Toni.
    Un abrazo,

    Nacho

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