Abrazar la Humildad
Si
bien es cierto que calificar a una persona de éxito aparente como humilde es un gran halago, cuando lo
aplicamos a otros contextos parece que lo hacemos con cierta connotación de
pobreza, limitaciones y hasta tristeza. Desde este punto de vista, eso de ser humilde no tiene pinta de ser muy
deseable. A veces se confunde la humildad con la ausencia de autoestima y de
reconocimiento de los valores y cualidades de cada uno, por lo tanto parecería adecuado
ir por la vida sin apenas hacer ruido y por supuesto sin enorgullecerse de los
logros, por grandes que estos haya sido. Llevado al extremo, un buen humilde no disfrutaría con agasajos
merecidos e incluso llegaría a sentirse incómodo con ellos.
Visto
lo visto, es probable que decidamos que ser humildes no es lo nuestro. Mucho
mejor parapetarnos en una falsa imagen de identidad donde el aparente éxito nos
haga atractivos a los ojos de los demás, y sobre todo a los nuestros. Mantener
un concepto ilusorio de uno mismo es muy
costoso. Levantar esa estructura tan pesada en un terreno fangoso y poco firme
necesita inversiones continuas de energía y esfuerzo que acaban pasando
factura. Es inestable y por lo tanto no se pueden introducir apenas
modificaciones. Es por esta razón que la falta de humildad no nos deja admitir
nuestros errores, ni tampoco reconocer que otras opiniones pueden ser tan
interesantes como la nuestra o incluso más acertadas. Entonces discutimos con
los que nos rodean, a veces por las cosas más absurdas; cerramos nuestros oídos
a otras formas de pensar y desdeñamos todo lo que pueda tambalear nuestra débil
estructura. Si se viniese abajo, no sabemos qué podría pasar, ni en qué nos
convertiríamos. Y eso asusta ¿verdad?
Pero
la humildad es un gran tesoro que está por descubrir. Se nos han dado mal las
indicaciones para encontrarlo y sobre todo se ha definido el concepto de forma
poco sugerente. La humildad a la que me refiero es aquélla que nos permite valorarnos
y valora a los demás en la misma medida; nos libera de nuestras máscaras y nos
permite ver más allá de las de los demás; nos ayuda a admitir los errores
rápidamente y luego a aprender valiosísimas lecciones de ellos; estimula la
aceptación de las diferencias; evita que cometamos sesgos de apreciación de
modo que evaluemos en la medida justa éxitos y fracasos, propios y ajenos;
fomenta la atención a los demás, sin miedo, con curiosidad y con grandes dosis
de respeto. ¿Por qué nos asusta tanto escuchar? Si alguien comparte con
nosotros sus ideas, eso no significa que tengamos que adoptarlas y hacerlas nuestras
si no nos convencen. Podemos almacenarlas y reflexionar sobre ellas cuando nos
interese. Si no nos vienen bien, entonces las descartaremos, y en caso
contrario, nos las quedaremos y construiremos sobre ellas un aprendizaje útil para
próximas experiencias. Antes apuntaba el tema del miedo. Creo que para poderlo
capear, nos podemos decir a nosotros mismos que no es necesario que cambiemos
toda nuestra forma de actuar mañana mismo. Démonos tiempo y vayamos trabajando
poco a poco. Las obras más faraónicas de la historia se hicieron piedra a
piedra, con constancia y paciencia.
Además, para poner en marcha la humildad se requieren otras dos prácticas
importantísimas:
-
Observarse a uno mismo, empezando a escuchar nuestros pensamientos y tomando
nota de las acciones a las que nos conducen. Ahí veremos la gran cantidad de
veces que solemos compararnos con los demás, sobre todo en situaciones y
aspectos en los que los otros obtienen mejor puntuación. Es decir, nos
comparamos en negativo muchísimas veces, lo que merma nuestra autoestima de
forma salvaje. Y entonces, o bien practicamos la humildad equivocada, esto es,
bajamos la cabeza y nos repetimos lo poco que valemos,
o bien nos creamos una falsa identidad para contrarrestar los efectos
devastadores de la comparación, y vivimos por encima de nuestras posibilidades,
nos engañamos a nosotros mismos y a los demás para ser admitidos en el grupo
que deseamos y rechazamos todo lo diferente porque carecemos de la flexibilidad
necesaria para adoptar los cambios. Con la autoobservación nos hacemos
conscientes de esos procesos y podemos empezar a trabajarlos.
-
Honestidad
para aceptar que no somos realmente como nos hemos vendido al resto del mundo,
para analizar con los menos filtros posible los resultados de la observación
del punto anterior.
Una
vez con este conocimiento ya podemos empezar a practicar la humildad. Lo
siento, no os puedo asegurar que vaya a ser sencillo, ni tampoco rápido. Las
prácticas nuevas requieren entrenamiento (de ahí la palabra coaching) y al
principio son bastante incómodas. Conforme se va cogiendo carrerilla y van
apareciendo los beneficios, también aumenta la motivación y por consiguiente
todo parece más fácil. Bien, quiero pediros que no os desaniméis si los resultados
no llegan de inmediato, seguid insistiendo y disfrutando del proceso de
conoceros a vosotros mismos. Pronto descubriréis todo vuestro potencial, y
siguiendo con la aplicación de vuestra nueva humildad, reconociendo todas
vuestras virtudes, estaréis dispuestos a ver las de los demás desde una nueva
perspectiva. En vuestra cómoda y nueva atalaya, los demás no son una amenaza,
ni tampoco sus opiniones ni maneras de hacer, son fuentes de información que
recogeréis de buena gana y sabréis reconocer, desde esa gran fortaleza que es
la humildad, todo lo bueno que hay en ellos.
Por
último quiero señalar cuán atractiva es la verdadera humildad. Las personas que
la practican se valoran a sí mismas y a los demás, es simple hablar con
ellas porque saben escuchar y no hay prejuicios en sus palabras. Como no hay
fachada que esconda su verdadera riqueza, están llenos de ricos matices, de
ideas flexibles y es fácil verlas crecer a la vez que impulsan nuestro propio
crecimiento. Rodearse de gente de estas características es altamente
recomendable si nuestro objetivo es cultivar y favorecer en nosotros mismos la
resplandeciente y valiosa humildad.
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